20 de marzo de 2011

¿Y la Rive Gauche?


En el momento del obligado ejercicio de volver la vista atrás para despedir el año que ha finalizado, se nos impone la remembranza de los que fueron dos de los máximos exponentes de la Nouvelle Vague francesa, fallecidos en 2010: Éric Rohmer y Claude Chabrol. Mucho se ha hablado, ciertamente, durante estos últimos meses del movimiento cinematográfico de referencia en el país vecino entre 1958 y 1962; y, por contra, muy poco de la Rive Gauche, la otra “ola”, que en las mismas fechas, paralela y no supeditadamente,  cristalizó allí mismo en los nombres de siete realizadores: Alain Resnais, Agnès Varda, Henri Colpi, Marguerite Duras, Jean Cayrol, Alain Robbe-Grillet y Chris Marker.
Para Claire Clouzot, la gran dama de la crítica cinematográfica gala y acérrima defensora de dicha nómina, este grupo no constituyó ninguna escuela propiamente dicha; si bien presentaban algún rasgo común en su afán de innovación técnica y estilística –afán que, por otro lado, compartían con la Nouvelle Vague-, además del de residir en la orilla izquierda del Sena, de donde, como es sabido, tomaron su nombre. Y así lo supieron ver los críticos de la revista Cahiers de cinéma –allí estaba el maestro Bazin-, quienes se batieron en duelo con sus eternos enemigos de la mucho más crítica Positif  para defender al grupo.
Por lo que se refiere a quien esto suscribe, en tanto que poeta, y poeta de la memoria, siempre me han perseguido las palabras (“Tengo memoria y sé del olvido”) con que adquiere fe de vida “she” (“la mujer”), el personaje protagonista de Hiroshima mon amour (1959), de Resnais; las mismas palabras que a ella misma le abren  camino en una doble suerte de remembranza: la histórica, por un lado, que se desarrolla ante el telón de fondo de la reconstrucción de la ciudad nipona tras la bomba atómica; y la personal, aquella que le hace prefigurar el dolor de una relación amorosa abocada ya a su fin. Tanto la protagonista de Resnais, en éste que ha sido considerado al tiempo primer largometraje del director y del grupo; como la desmemoriada amante de El año pasado en Marienbad (1961), también de Resnais; la joven aquejada de cáncer de Cléo de 5 a 7 (1961), de Varda; o la esposa de vida tediosa en India song (1975), de Duras conforman una abigarrada pero significativa panoplia de personajes de los que, sin duda, depende la coherencia de toda una cinematografía.
Fue Cayrol, uno de los tres cineastas del grupo (junto a Duras y Robbe-Grillet), que llegarían al celuloide desde la literatura, quien estableció los perfiles teóricos de este recién nacido héroe de la pantalla; un héroe, para él, solitario y anónimo, incomprendido y desarraigado de un modo que nos recuerda mucho a los personajes trágicos de Sófocles ( piensen en Edipo). Ellos nos dan cuenta, en síntesis, de las miserias y grandezas del ser humano en su totalidad, en la suma de su perspectiva histórica (es el poshéroe que para Cayrol derivó de los campos de concentración, el que nos legó –cómo no-  Auschwitz), tanto como de la interior, la que tiene que ver con la memoria y las leyes que la rigen.
Tal concepción de la realidad, al hilo como iba de un profundo sentimiento de compromiso con ella, no pudo sino beneficiarse de las posibilidades que ofrecían las nuevas técnicas en el campo del montaje. Así los trabajos sobre el tiempo cinematográfico (linealidad o fragmentación, contracción violenta o fluidez, yuxtaposiciones), su relación con el tiempo real o la duración de planos adquieren suma importancia en un intento de romper los imperativos narrativos vigentes, que ya resultaban decimonónicos. Resnais, formado en el mítico Institut des Hautes  Etudes Cinématographiques (I.D.H.E.C.), al tiempo que legitimado por una larga trayectoria precedente en el campo del cortometraje, llevó tales presupuestos a extremos de suma abstracción. Ahí está Hiroshima - la película de la que mucho se habló  en el Festival de Cannes de 1959, aun presentándose fuera de concurso, cuando Los 400 golpes se llevó la Palma de Oro al mejor director-, cuyo impacto radicó en su ritmo de tempo lento junto a la elipsis de espacios temporales, que creaban en el espectador una sensación de irrealidad fantasmal. Nos es imposible no relacionar esto con la idea de “corrupción de la realidad” en la que, según Cayrol, el nuevo héroe contemporáneo se movía.
Muchos fueron, en fin de cuentas, los puntos de confluencia de tan diversas trayectorias profesionales. En torno a Les Editions du Seuil, la editorial “para escritores cristianos de izquierda y para poetas de la Resistencia”, según la Clouzot, se movieron muchos de ellos: allí Marker fundó la colección “Pequeño planeta” y Cayrol, la revista Ecrire –antiguos miembros ambos de esa Resistencia-. Por sus oficinas, se prodigaron también los escritores del  Nouveau Roman, la nueva corriente experimental, cuya novedosa técnica narrativa tiene tanto que ver con recursos claramente cinematográficos –como quedó bien  patente ya desde el ensayo manifiesto de Robbe-Grillet-. Los escritores del Roman que derivaron al celuloide trabajaron con Resnais, el gran oficiante del movimiento y, sin duda, el más cineasta: Duras realizó el guion de Hiroshima, mientras que Cayrol y Robbe-Grillet, los de Muriel (1963) y El año pasado en Marienbad respectivamente, sin olvidar que Market realizó junto al maestro Les statues meurent aussi  en 1951.
Se trata, en definitiva, de ese singular e inefable fenómeno que nos recuerda cómo la confluencia de un entramado de relaciones plenas de humanidad, nunca vana ni canalla, en un espacio y un tiempo determinados –recordemos a la Viena finisecular- le dan alma y carne, coherencia y duración a algo que de otro modo moriría víctima de su propia inconsistencia. Hay, a nuestro modo de entender, un inexcusable componente ético – como lo hubo en esta Rive Gauche, en su integridad, en su negación a comercializarse– que debe presidir cualquier manifestación artística –ergo humana- para no perecer en lo efímero, para abrirse hueco en la permanencia, que es la que en buena medida nos resarce de esta “temporada en el infierno”. A todo ese proceso lo denominamos “clásico”.

Elda Lavín
Enero 2011

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