Que el barro de mis brazos
las acoja (desdecirse, bahía...)
como un amigo cierto. El viento
de este páramo al fin les sea propicio
(por dónde, tú, temor) y aves de sombra
protejan con su nocturna llama
su estandarte
de nubes.
Interminable fuga de alazanes,
que vengan las palabras,
que acudan a deshora (ayuntamiento, circo...)
de nuevo rescatadas.
Quiero pensar su abismo,
su fingido remanso, conjurar con el alba
su zozobra: No soy
nadie sin ellas. No soy nadie
sin ellas.
Antonio Méndez Rubio
No hay comentarios:
Publicar un comentario