Subraya el gran Auden –sí, una vuelve siempre a los viejos sitios de donde nunca debió alejarse –en la antológica compilación que constituye su "Prólogos y epílogos" (ed. Península) el talante paradójico inherente a las disciplinas artísticas en general, tanto como a las poéticas en particular, al sacar a colación las últimas palabras del pintor Vincent Van Gogh, encontradas en forma de carta en uno de sus bolsillos tras quitarse la vida en los trigales de Auvers, como es de sobra conocido.
En efecto, a propósito de una edición de las cartas del artista, Auden, además de proclamar la absoluta honestidad que desprenden por parte del emisor de las mismas –que no es poco-, nos remite al final del escrito, donde Van Gogh en esos momentos fatídicos se muestra seguro de que su obra, o al menos buena parte de ella, entonces y siempre, conserva "la calma aun en la catástrofe". Y es que a veces un solo sintagma, como en este caso, alcanza a definir una obra entera, que es tanto como decir, en el mejor de los casos, una vida entera.
Porque calma además de desnudez es lo que queda ya para siempre en la palabra de la polaca Wislawa Szymborska (Kornik, 1923- Cracovia, 2012), una palabra con un largo recorrido desde su primer libro, publicado en 1945 y no en vano denominado "Busco la palabra", al que se sumarían entre otros "Llamada a Yeti" (1957), "Sal" (1962), "Gente en el puente" (1986) o "Fin y principio" (1993) –amén de los por ella misma "desautorizados" anteriores a 1956 en la línea del realismo socialista imperante –hasta la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1996.
Si nos posicionamos junto al poeta Rilke – no se nos ocurre que pueda ser de otra manera –y su viraje poético a lo existencial cuando establece que el hombre entero puede ser ocasión de poesía, tendremos que convenir que la escritura de ahí derivada deba dar cuenta de lo humano, ser exhaustiva metafísica del individuo y lo que le rodea: sólo así podremos dar fe de palabra verdadera a la no extensa obra poética de Szymborska, a ese documento moral que constituye su escritura. El acto de escribir deviene por tanto acto primordial de nombrar, que es acto de revelación: no olvidemos que Ortega entendía como misión del poeta –al menos una de ellas –la de hacer entrar a las cosas en un "remolino" para que así sometidas, se conviertan en otras cosas nuevas. Sin duda por ello, la sintaxis de la polaca se va desvistiendo –me refiero a las obras posteriores a 1956 – bajo una mirada al exterior cada vez más precisa, más pulcra; una mirada que nutre –y se deja nutrir – lo circundante, hecho de todas las pequeñas cosas. Su palabra vivisecciona la realidad con precisión cirujana y nos la vuelve inesperada. De ahí un poemario como AQUÍ, publicado por Bartleby Editores (2009) -en edición bilingüe traducida por Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia-, donde el enfrentamiento con la memoria “Quiere que viva ya solo con ella y para ella” se vuelve reivindicación plena del tiempo actual porque “En mis planes hay siempre un sol presente”.
Se trata de extraer de la vida la verdad, tajando con cortes limpios, translúcidos su linfa más honda, como translúcida por esperanzada es la mirada de quien nos la ofrece para la lectura. En efecto, no hay desaliento en la mostración al lector del dolor ya que "incluso entre las guerras, a veces hay pausas"; o de la convivencia con el horror cuando ante el atentado del 11 de septiembre (efeméride de la que se conmemoran mañana 20 años) se plantea "describir ese vuelo/ y no decir la última palabra"; o también en el momento de apelar a la ironía, demudada a veces en sarcasmo, para poder resumir la obra de Proust porque "seamos sinceros, ¿quién es ese?".
Para tal fin, nunca las palabras de Szymborska, aun brillando con luz propia, queman nuestros dedos con su retórica incandescente, nunca su lengua caerá del lado del exceso de abstracción –recordemos la relación que para el vienés Hofmannsthal había entre las palabras abstractas y los hongos podridos –, partícipes como son de la capacidad de revelar propia de la gran poesía y su exigencia de reducción a palabra necesaria.
La poesía de Szymborska, presidida por el principio metódico de "no sé", tal y como afirmaba en su discurso de entrega del Nobel, nos devuelve al territorio –de donde tampoco habremos de alejarnos nunca –de la escritura verdadera, aquella donde se maridan palabra y latido vital, experiencia y reflexión autentificadas desde la conciencia que las dicta –he aquí la conexión arte-conciencia, que hará del primero disciplina práctica y moral –. Su poética de "teorema de Pitágoras", así denominada por ella, de sintagma preciso y palabra esencial, le permite acceder a las cosas, en su caso a las más insignificantes y cotidianas como el hecho de que "hoy has comido fideos con tocino", a modo de refracción de nosotros mismos y de nuestro paso por el mundo. No nos cabe, en fin, duda alguna de que sea la calma estado propicio, o al menos uno de los posibles, donde fructifique la poesía verdadera, pues así lo atestigua la polaca Szymborska. Quizás con ello se sobrelleven mejor todas las catástrofes.
Elda Lavín
Aquí, Wislawa Szymborska. Bartleby Editores
Publicado en suplemento Sotileza (Diario Montañés) septiembre 9, 2021
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