Sin duda aquel “démosle una habitación propia y quinientas libras”, de Virginia Woolf como exigencia para fortificar el papel femenino en la escritura (y en la vida) planea en nuestro pensamiento al acercarnos a este “Sin habitación propia” (Lumen, 2009), de la escritora, lingüista, historiadora, traductora, crítica literaria y profesora Assia Djebar, seudónimo literario de Fatema Zhora Imalayen (Cherchell, Argelia, 1936-París 2015).
Extensa y fructífera ha sido la biografía de Djebar, como profundo el calado significativo que ha dejado en su escritura. Una trayectoria que va desde su nacimiento e infancia en Argelia hasta la ocupación del sillón número 5 de la Academia Francesa en 2005, hecho insólito en el país vecino para un ciudadano del Magreb y más aún para una mujer. Desde la niña educada en la fe musulmana, que abandona el gineceo para estudiar primero en la provincia, y Argelia lo era de Francia en aquel momento, y en la lengua de la provincia, hasta la universitaria en París que participa en la huelga de estudiantes argelinos en 1956 como inicio de las primeras movilizaciones por la independencia. Desde la activista que colabora con el “Moudjahid”, el órgano de prensa del Frente de Liberación Nacional (FLN) hasta su exilio en París en 1965, tras el golpe de estado de Boumedian, donde se dedica a la crítica literaria y cinematográfica además de a la composición teatral.
Y por encima de todo la lengua de su escritura, el francés, el idioma del colonizador, con el que expresa su pensamiento y con el que se enfrenta a la historia de su país, a su propia historia e identidad, a su cultura, a su memoria, en definitiva. Pero están también el árabe materno, con el que ama, siente y reza (en ocasiones); además del bereber, la lengua original, la de todo el Magreb, más antigua que las demás y con la que no puede escribir porque no domina. Con tal instrumento Djebar arrostra su labor afirmando, con motivo de la recepción del Premio de la Paz 2000 de la Asociación de Editores y Libreros Alemanes en Francfort: “Solo reconozco una regla, aprendida y dilucidada, poco a poco, en soledad y lejos de las capillas literarias: no practicar más que una escritura de necesidad”. Es este el modo de dar vehículo a sus vivencias y anhelos personales, el modo de serse en su decirse, y hacerlos asimismo de la tribu, universales.
Si bien el objeto de estudio en la escritura poscolonial no es la diferencia sino la hibridación, la labor literaria de Djebar está encaminada a la recreación de una identidad femenina musulmana plena en paralelo a la búsqueda de su propia identidad. Una escritura vinculante entre idioma y mujer, una escritura que hace de lo femenino, de su corporalidad abandonada hasta entonces al silencio, letra y voz. Y una escritura que tiene mucho de doloroso porque como afirma ella misma en 1997 “Durante mucho tiempo creí que escribir era morir”, era como extender un sudario en la medida que escribir la rememoraba.
Narrar es para Djebar liberar la existencia de esas mujeres de Argel en sus apartamentos sacadas del cuadro homónimo de Delacroix pintado en 1834 –“Femmes d’Alger dans leur appartement”-, título que ella misma elige para una de sus novelas. Se trata de mujeres atrapadas, ausentes y distantes, encerradas entre los muros del harén como expresión de un orientalismo irreal. Narrar es así revelar el cuerpo y la libertad, es contarse a sí misma y a la sociedad “colonial bífida” de lengua francesa y árabe la identidad de sus compatriotas argelinas tanto como necesidad de autoafirmación “yo soy vosotros, yo soy argelina, pero no la que vosotros queráis, yo soy yo”. Y sobre todo para la autora narrar no es obsesión por la autobiografía “sucedáneo laicizado de la confesión”, tal y como ella misma la define, porque en palabras de Hannah Arendt lo autobiográfico es antes bien “impaciencia de conocimiento”.
De ahí que “Sin habitación propia” no sea estrictamente una autobiografía, no es una acumulación de anotaciones sobre el pasado, sino el autoanálisis necesario de su infancia y adolescencia para sustentar el sentido de su vida adulta y su intento de suicidio. Tomado de la cuentística popular, el título proviene de las palabras de Fátima, la hija del profeta Muhammad, ante la negativa del califa a entregarle las tierras de su padre muerto. Con un desalentador “Sin habitación propia en la casa del padre” poco antes de morir también ella misma, la joven expresará su desprotección y para Djubar la de todas las mujeres musulmanas. La escritura se hace poética ahora, sugerente, de mayor complejidad sintáctica en la que el coqueteo entre el presente y el pasado traza un laberíntico espacio de reflexión que reclama la atención concentrada del lector. Así cuando al principio de la obra relata cómo ella no rechaza ese bombón relleno de alcohol que le ofrece su amiga, recuerda asimismo cómo se siente mal, no por la religión, sino por su padre. La relación entre religión y aceptación del padre queda desvelada -y patente en ese “Nulle part dans le maison de mon père” en el título original francés de la obra-: la ausencia de habitación propia es la no pertenencia al mundo del padre, el miedo real a no tener un lugar propio en la casa del padre y, metafórico, a no tenerlo en la casa de Dios. Es la presión del padre omnipresente en la idea de que el cuerpo de la hija le pertenece porque pertenece a Dios. Es el padre al que Farida, uno de los personajes de la obra, debe convencer, haciendo una huelga de hambre, para que la dejara estudiar. Y también es el padre que, con la connivencia de toda la sociedad argelina, impone el velo a riesgo de ser insultada como “desnuda” por no llevarlo.
Existe una parte de lo real que solo puede ser contemplado con la mirada interior y así la mirada de Djebar, balsámica y terapéutica desnuda de sus velos el cuerpo femenino solo para vestirlo de su propia historia.
Elda Lavín
Sin habitación propia (2009), Assia Djebar. Editorial Lumen. (Publicado en suplemento SOTILEZA, Diario Montañés, noviembre, 26 de 2021)
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