26 de abril de 2015

QUIJOTE REVISITADO


 

Examinar con cuidadosa mano las estanterías de la memoria en busca de aquel libro que nos leyó a nosotros más de lo que nosotros lo leímos a él – labor esta, Steiner dixit, inherente a los clásicos –, parece obligado llegadas estas fechas. Como obligada parece asimismo la recurrencia a uno de ellos, el texto de los textos, aquel que el idioma ha hecho más nuestro que de nadie. Porque ¿quién no recuerda la primera vez que tuvo delante el «Quijote»?¿Quién ha olvidado al personaje desgarbado y prescindible en el que Cervantes hizo albergar el sentido verdadero de la vida que en sus páginas respira.

Por nuestra parte, encontramos en él, lejos de una mera historia de caballerías, un manual de supervivencia, un «hágalo usted mismo» en esa lucha con las cosas, léase con la muerte, que es el vivir. Quijote consigue realizar el proyecto de vida que es él, la posibilidad de existencia que quiere llegar a ser, es decir, Ortega en estado puro. Y para alcanzarlo, para que aflore el héroe, tiene que despuntar asimismo el loco. Pero no nos escandalicemos: es ese un proceso natalicio, esclarecedor, en el que cobra sentido el «yo sé quién soy» del protagonista (cap. V, parte I), la convicción de alguien que vive y siente, alguien que se aferra a la voluntad de vivir, que toma las riendas de su destino y llega.

Y así nos conducimos desde entonces: sujetos a las crines del tiempo, ponemos siempre rumbo a lo porvenir convencidos de que nuestra armadura fiera, a fuerza de avisada y lectora, tanto más reflexiva y humana deviene. Vivimos como leemos, a dentelladas, y tan sólo aspiramos a poder mirar a la vida, cuando llegue la última derrota, con la dignidad de haber aprendido a comprenderla. Quijote nos lo enseñó.
Elda Lavín
Artículo publicado en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés (24/4/15)
 

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