Nocturno casi
Lorenzo Oliván
TusQuests editores, 2014
LORENZO OLIVÁN, EL TRAZADOR DE LO INFINITO
No es sino un modo de reafirmar convicciones, viejas convicciones, lo que Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968) expone ya en el mismo título de este su último poemario recién aparecido porque, sin duda, con este “Nocturno casi” nos sitúa en el territorio del combate poético, en una indelimitada franja de sombras, la que va de la luz a la oscuridad o bien, al modo de una sinfonía mahleriana, de la oscuridad a la luz, y que no es otro que el territorio de la incursión introspectiva, el del abismarse en lo oscuro: el único terreno posible donde uno debe enfrentarse a sí mismo y a todo cuanto le rodea.
Y no es desatino hablar de combate poético porque no se me ocurre otro modo de mirar al poeta sino como investido de los atributos del héroe, un héroe eso sí contemporáneo, que, como bien había prefigurado Auden, ya no es el héroe romántico; sino el hombre que a pesar de las presiones de la cotidianidad en lo histórico logra adquirir y conservar un rostro propio.
Y es en el camino de adquisición de ese rostro cuando Oliván es ya Teseo, el héroe necesitado de laberinto, el héroe que suma a la voracidad de conocimiento el vértigo de buscar, de ahí que cobren sentido versos como “tú devoras los restos /últimos de la sombra” (“Cauce abierto”) en referencia al papel de la amada. De este modo, son la rigurosidad en la escritura poética y un pulcro sentido moral los materiales de los que está hecho el hilo que ha de servir para atravesar la imagen del negro toro y adentrarse en lo oculto, en una operación de tintes muy rilkeanos cuando el de Praga nos prevenía de la apariencia engañosa y bella de las cosas y su desencanto al afirmar que esa belleza no es sino el comienzo de lo terrible.
Teseo avanza hacia lo terrible por el laberinto y lo hace sobre terreno seguro: una bien tramada red simbólica donde la antítesis luz oscuridad no es sino la componente de una dialéctica superior, la de lo de dentro y lo de fuera, el más acá y la lejanía, lo abierto y lo cerrado y, en definitiva, el ser y el no ser; y que más allá de dar título a una de las partes del libro (es tripartita la estructura del mismo: “Ardua trama”, ”Tocar extremos” y “Visión nocturna”), se hace extensible a toda la obra. Ya G. Bachelard nos ponía en aviso de cómo lo abierto y lo cerrado son de este modo pensamientos, cómo la reflexión se hace así geometría; la metafísica se hace arte de dibujo en un intento de fijar la realidad.
“Nocturno casi” es así un tratado práctico de perspectiva que alude a la esencialidad y a la ocultación de la realidad y lo hace desde una textura de movimiento pendular que oscila entre lo hímnico y lo elegíaco, encarnada en temas como el amor –tema recurrente en el libro, sin duda–, donde con su mirar reflexivo perfila el autor un ya antiguo binomio en el ámbito poético, el de mujer-escritura: ahí están el amor gozoso pleno de deseo porque “el mundo se te entrega/más rectamente en ángulos oblicuos” (“Lección de perspectivas”), el amor que se consuma como un ritual sobre la arena, o que triunfa pleno de deseo sólo para certificar su acabamiento atendiendo a una “ley oscura”. Hay asimismo añoranza y dolor en el tiempo de la ausencia, y hay incertidumbre, en explícita alusión a un ubi sunt contemporáneo; y el vacío que se prefigura en el olvido como “un hueco dentro de nosotros” del que sólo puede uno preservarse dando cabida en sí y protegiendo en la memoria las imágenes vívidas del tiempo compartido.
En este libro a la palabra del poeta se le han abierto las carnes y mientras perviven la musicalidad, tan importante en la poética de Oliván, y la apelación a la imaginería sensorial, la reflexión se ahonda ahora al dictado del instinto de una conciencia poética siempre de imperativo moral para dar cuenta de la propia identidad, del paso del tiempo o del sometimiento a los imponderables del azar. La reflexión vidente del poeta se mueve en el terreno de la incertidumbre de las encrucijadas, que son el sueño, la marea, el fuego o el horizonte, y busca el reconocimiento en ellas, un anclaje (no en vano así se llama el poema de su poética) siempre en fuga de la anécdota personal que cuando menos deja un poso de alerta y soledad en el hombre que se niega a volverse fantasma de sí mismo. Ese hombre es Oliván que, al igual que Bachelard, sabe que “todo se dibuja, incluso lo infinito”.
Elda Lavín.
Reseña publicada en El Diario Montañes, 4 de mayo, 2014