Foto: Jorge F. Bolado
DE LA CONSTATACIÓN DE LO OBVIO
Una no puede evitar, al ser requerida para tomarle el pulso cultural a esta ciudad, dibujar en el rostro una sonrisa entre escéptica y condescendiente como aquella que el gran Rick le regalaba al prefecto de policía mientras afirmaba que él había venido a Casablanca "a tomar las aguas". No hablo del escepticismo de la edad, que habla por sí solo; sino de aquel otro que un estricto código moral nos hizo tatuar por convicción ya con el primer cumpleaños en el flujo sanguíneo.
Toda puesta en común de esta índole, propiciada o no por un informe universitario o por la construcción de un determinado edificio, resultará útil en tanto que conduzca a un verdadero pandebate para el consenso entre gestores de la cultura, léase profesionales de la "res", y hacedores de la misma en toda la pluralidad de sus facetas, con la mirada siempre puesta, eso sí, en la ciudad, en sus ciudadanos y en un concepto de lo cultural nunca banal, nunca de "usar y tirar". Ahora bien, toda reflexión que tenga a Santander en su punto de mira ha de comenzar, en primer lugar, por sacudirse la caspa de un provincianismo añoso que bajo la forma de caciquismo, de servilismo político económico o de sectarismo, nos será difícil erradicar. Creo que es tiempo de mirarse el ombligo sólo para extraer todo aquello que de universal hay en lo local (pocas cosas tan universales, y tan locales a la vez, como un pobre loco con una bacía de barbero en la cabeza agujereando aspas de molino en tierras manchegas). Y además hay que exponerlo al mundo, buscar en el panorama internacional el lugar bajo el sol que nunca se ha tenido (señores, seamos serios: nunca existió esa Atenas del norte) afianzando posiciones junto a nuestros vecinos inmediatos en ese tan apetitoso eje Burdeos- Avilés.
Ni que decir tiene que lo único no casposo aquí es la eliminación de viejos modos de pensar, en la medida que no se consigue con un simple golpe de mano sobre la hombrera, ni mucho menos con un simple golpe de mano desde los despachos oficiales, como hemos tenido oportunidad de comprobar recientemente.
Por todo ello, se necesita inversión económica (la obviedad no resta veracidad a lo expuesto) de parte institucional y, ahora más que nunca, del lado de las aportaciones privadas. Se necesitan planes educativos de solvencia (pues nunca la cultura fue aliada de la ignorancia) y soporte tecnológico, ergo seguimos hablando de inversión. Se necesita racionalizar (bien entendido en palabras de Montaigne que "la razón tiene tantas formas que no sabemos a cuál atenernos") y modernizar proyectos de calado innovador, y asimismo la suficiente capacidad autocrítica como para erradicar el "todo vale", algo que nos remite de inmediato a una imperativa necesidad de talento bien sea al frente de los proyectos, bien en la retaguardia, lo que es tanto como apostar por la erradicación de lo mediocre. Y se necesita, en fin, franco y abierto compromiso de colaboración reflexiva entre todos los actores del fenómeno cultural a nivel intradisciplinar tanto como interdisciplinar.
Por contra, creo que hay un importante movimiento de cambio por parte de iniciativas jóvenes de muy diversa índole, apuestas que habrá que tener en cuenta en tanto que están marcando su territorio en el panorama urbano desde concepciones de génesis y desarrollo absolutamente innovadores, y que, por demás han nacido huérfanas de aquel proteccionismo oficial del que sólo nos queda ya referencias en la memoria.
Para los que también vinimos a Casablanca a tomar las aguas, la constatación de lo obvio nos dibuja asimismo una sonrisa en el rostro entre escéptica y condescendiente.
Elda Lavín
Publicado en el periódico Diario Montañes (18-06-13)
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