El poema es un delirio: otra forma de inteligencia. El poeta delira, aunque componga logaritmos. Se tiene en pie, pero enloquece: su razón se enzarza con lo posible. El poeta es el que desordena ["Cuando se nombra, ¿qué se comete?// (...) el poeta debería ser quien nombrase sólo desde la injusticia de la imprecisión, para dejar menos mortalidad en las certezas. Él es quien mira y ve otra cosa, el que deja entrar lo que nadie diría, el que sólo habla contra todo pronóstico (...).// El que se extraña de lo consabido. // Y el que desordena", ha escrito Tomás], pero ese desorden alisa el caos. Aspiro al delirio: para ver con los ojos de lo que no tiene ojos, para paladear la luz que induce a dudar de lo indudable, para que asomen los huesos solos, y sus relumbres cieguen; y para expulsar al yo, y levantar este andamio de sombras, y extinguirme.
Bajo la piel, los días
Eduardo Moga
Calambur, 2010
Calambur, 2010
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