“Los días son heridas de muerte”.
Tales palabras, contundentes donde las haya, dejan sobre el tapete toda una
declaración de intenciones que, verso a verso, nutre este “Imaginario de otoño”,
último poemario del cántabro de acogida Jesús Cabezón, que ve la luz con el
sello de Ediciones Valnera, a cargo del infatigable Jesús Herrán.
Cabezón (Palencia, 1946), quien
nos ha acostumbrado en los últimos años a sus comparecencias escriturarias (recordemos
su recopilación de artículos de 2010 “El mundo que sentí cercano”, de la mano
de la también cántabra El Desvelo ediciones), se muestra ahora ante el lector con
voluntad de inventario, de friso existencial en el que sin solución de
continuidad, como se observa en la ausencia de una estructura partita en la
obra, da cuenta de su presente. Extraordinario
en su lucidez, consciente de haber atravesado ya el “mezzo del camin”, que metaforiza
con el viejo (y siempre nuevo) símbolo del otoño que da pie al título, el poeta
despliega a lo largo del libro el torrente meditativo de un yo que cuestiona su
existir, encaminado como está hacia lo inexorable de su destino.
Para él la formulación de este
imaginario otoñal pasa por dar cuenta de todo un ideario existencial y poético:
ahí está la angustia por el paso del tiempo porque “Miro hacia atrás desde los
espejos del miedo/y descubro que he agotado demasiados tiempos previsibles”.
Así la incertidumbre de vivir (el término “miedo” se repite significativamente
en la obra) apunta a la memoria como una, si no la única, capacidad redentora
de la existencia a la que él se aferra con convicción, memoria que vuelve los
ojos a la infancia en su intento de recuperar la esperanza de vivir puesto que
entonces “no me robaban mi realidad y mis sueños”. El pulmón de los recuerdos respira
al compás de la reivindicación de una conciencia individual, que se hace moral en
tanto que inquiere, duda, increpa al poder balsámico de la escritura o se
debate entre la razón y el deseo.
En efecto, abordada desde una inquieta
serenidad, la relación amorosa se constituye en uno de los ejes temáticos del
libro, como así lo ha sido del conjunto de la obra del poeta. Cabezón se apoya
en la amplitud de recorrido de un verso largo para perfilar aspectos de la
intensidad emocional de una pasión más soñada que vivida, del maridaje amor deseo
(reivindicado éste en la referencia culturalista a la figura de Marilyn) o, en
definitiva, de la caducidad de ambos como “un instante de capricho”, a
sabiendas de que es ese instante el portador de senderos infinitos.
Si bien es cierto que nos
encontramos en este libro la exposición lúcida, sin duda, y amplia de lo
humana; no lo es menos que cumple con el gran requisito, según Auden, de lo
poético : “Alabar su propia existencia y su acontecer”. Que así sea.